CDMX.- El lema se leyó en algunas camisetas durante el primer concierto en México de Taylor Swift. Las fans querían hacerle notar a la estrella pop, quizás la más fulgurante del género en la actualidad, que si había evadido el País por 17 años se había equivocado. Esta es una nación «swiftie», le aclararon, en delirio, 58 mil 126 personas (según organizadores) que abarrotaron el Foro Sol.
Se sentían los más afortunados del mundo. Corearon («Taylor, hermana, ya eres mexicana») y gritaron durante más de tres horas seguidas: su felicidad postergada se les paró enfrente con melena rubia, bodysuit brillante y labios rojos, interpretando «Miss Americana & the Heartbreak Prince».
Swift se tomó unos segundos para asimilar la pasión desbordada: la tomó por sorpresa. «Ciudad de México, me estás haciendo sentir increíble. ¡Se me va a subir a la cabeza. Es hermoso!», reconoció.
«Es un honor y un privilegio poder decir estas palabras: Ciudad de México, gracias (en español). Toda mi vida había soñado tocar en la Ciudad de México. Estoy muy emocionada. Muchas gracias», Taylor Swift, cantautora.
Debía ponerse al día con México. Deudora con sus «swifties’ al sur de la frontera, la artista de Pensilvania trajo en la maleta su universo: The Eras, que se perfila, según analistas, para ser la más redituable de todos los tiempos.
Calificarla como ambiciosa o audaz es poco. En 44 temas, encapsula sus 10 discos (en orden no cronológico), desde su periodo country-folk (Fearless, que lanzó a sus 18 años) al popero más electrónico (Midnights, de 2022), todo lleno de referencias al «swiftverso».
Se cree que a los 33 años se llega a la madurez. Esa niña que soñaba con ser la nueva Shania Twain está en la cima de su dominio escénico, capacidad como narradora y conexión con el público. De un entendimiento de un concierto como un relato donde cabe la intimidad («Fearless», a guitarra) y el gran espectáculo («Blank Space», con bicicletas, palos de golf neon y elevadores).
Con tres escenarios unidos por una pasarela, una colosal pantalla curva, cambios de vestuario de diseñador (Versace, De la Renta, Louboutin), coreografías elaboradísimas, pirotecnia, rayos láser y una narrativa hacia el centro de sus sentimientos, el show parecía de Broadway. Taylor, el musical.
Swift le habla a las mujeres de varias generaciones, y a todas las hace sentir jóvenes y poderosas (como reza su éxito «22»). No solo con su música a corazón abierto, sino con la manera en que se ha hecho oír en la industria (enfrentó a Spotify, colapsó a Ticketmaster y luchó contra los dueños de las grabaciones maestras de sus canciones).
El público femenino fue mayoría. Por cada rincón había chicas procedentes de todo el país y hasta del continente, con looks que imitaban las Eras, y los brazos llenos de «brazaletes de la amistad», la divisa de la comunidad. Sus voces recitaban entre alaridos cada línea que cantaba Swift.
«¿Ustedes son reales?. Esto es un sueño. ¡Cantan más fuerte que lo que suena por las bocinas! Gracias, gracias», dijo ella.
De Glendale, Arizona, cuando debutó su gira, a la CDMX han pasado cinco meses y 54 fechas. Todo fluyó sin contratiempos (sin lluvia, sólo la ficticia de «Midnight Rain») y el enorme setlist, prácticamente un «greatest hits», estuvo repleto de cimas, sorpresas («I Forgot that you Existed» y «Sweet Nothing») y alta temperatura emocional.
Sí, Swift canta, baila, toca la guitarra y el piano. Pero compone también canciones brutalmente honestas, donde disecciona sus sentimientos como forense.
En muchas, se expone como una mujer que quiere demasiado. Habla de abandonos, de lo breves que resultan los amores supuestamente «eternos». Sus «swifties» son sus verdaderos incondicionales. Los mexicanos esperaron 17 años para tenerla y ya cuentan los días para que regrese.
«Gracias, mi hermoso México, gracias», se despidió luego de cantar «Karma», más de tres horas después.